Sfumatto III - Danik LammáUna sonrisa se dibujó en su rostro, satisfactoria, cómo con cada obra que daba por concluida. Sólo que, para Leonardo, “Autorretrato” fue más fácil que “La Gioconda”. No tenía que afeitarse la cara.
Fraude a las almas - Guillermo EscribanoNo tenía que afeitarse la cara o el negocio se iba al traste. Con las largas barbas se hacía pasar por Caronte y cobraba una moneda a las almas de los muertos para darles un paseíto por la laguna Estigia. Luego los dejaba vagando por la misma orilla, entre ruegos y lamentos, con las almas de los que no habían sido enterrados.
Cabezas trofeo - Leo Mercado
Las almas de los que no habían sido enterrados podrían salírseles por la boca o las cuencas de los ojos. Por eso, cada cabeza trofeo soportaba su silencio con la boca cosida, y su ceguera con un par de piedras planas encastradas en los ojos.
Deseo ciego - María Pía Danielsen
Un par de piedras planas encastradas en los ojos son las que me impiden ver, esas que colocaste con precisión de relojero suizo. No fueron tus manos, no. Han sido tus labios de besos extraños, tu lengua de chicle y tu olor a hierba mojada. Sin preguntas, porque huelen a sal, me intuyo vencido. El par de ojos planos encastrados en tu rostro de medusa y piedra atraparon mi deseo sumiéndolo en tu cuerpo, mi sepulcro a perpetuidad.
Pompas de jabón - Guillermo Escribano
Mi sepulcro a perpetuidad, os preguntáis, amada mía. Habéis de saber que cuando fui arrojado por la borda de aquel bergantín me dije a mí mismo que el océano lo sería. Quién iba a pensar que mi cadáver, engullido por aquel monstruo, luego arponeado, troceado y hervido en un ballenero se convertiría en jabón: ése que ha recorrido cada rincón de vuestro cuerpo y que ahora sujetáis entre vuestras dos manos, haciendo pompas con un leve soplido, abandonando la duda a la suave brisa
Sobrevivir - Isabel GonzálezAbandonando la duda a la suave brisa, intentan dormirse. No es fácil: el pasado les ha expoliado, el presente ruge en sus estómagos y el mañana les espera con las manos vacías.
El robo - Dulce García LemosEl mañana les espera con las manos vacías. En el furgón que les lleva a la cárcel, se miran de reojo y callan. Saben que uno de ellos es un chivato; la policía los esperaba cuando salieron de la joyería cargados con el botín. Un frenazo los hace inclinarse hacia delante y, al poco, un poli abre la puerta trasera y les hace señas para que bajen. Tú no, le ordena al rubio. Los compañeros lo miran y escupen al suelo. ¡Estás muerto, cabrón!, grita el gitano. El poli lo amenaza con la porra y lo mete a empujones en la cárcel. Te has ganado el ascenso, le dice al oído en una de las arremetidas.
Roles - Diego Ariel Vega
Le dice al oído en una de las arremetidas: “vos quedate tranquilo. Baja un cambio que hoy yo me ocupo de todo”. Y así, con los nervios a pleno, respirando profundo se lanzan al escenario para enfrentarse con el público presente.
Sabían que era el show más importante de sus vidas. Sus carreras dependían de ese evento. El imponente teatro se encontraba repleto. Los críticos más renombrados estaban presentes. La audiencia electrificaba el aire, expectante.
Y casi como en un sueño, la función perfecta. Fluyó en armonía, en un mágico crescendo hasta romper en delirio final. Una ovación explosiva con sabor a batalla ganada que auguraba buenos tiempos. El éxito llamaba a la puerta.
Sin embargo, tras la emotiva caída de un telón primoroso, sale raudo el ventrílocuo a refugiarse en su camarín con una sonrisa forzada dibujada en su rostro; algo cabizbajo, meditando su reciente desempeño.
Por primera vez en su carrera, había cedido. Por primera vez, había aceptado cumplir el rol del muñeco
Ultima voluntad - Belén Lorenzo
Había aceptado cumplir el rol del muñeco, movido por una visión poética del suicidio. Con esa convicción fue clavando agujas en su propio cuerpo, mirando de reojo, entre perplejo y complacido, cómo se retorcía una pequeña réplica de sí mismo realizada para practicar vudú.