de Lucía Yépez Villafuerte
Todos los días por la tarde, frente a la ventana de mi recámara, me desnudo. Siempre, a esa hora, pasa un hombre con ojos de mar que voltea a verme, yo entonces subo al alféizar de la ventana alineo mis pies en la orilla, alzo los brazos y me lanzo con fuerza al vacío. Mi cuerpo se enreda y desenreda sobre sí mismo y penetra recto como una daga, abriéndose espacio entre las olas que salvajes se estrellan en esas pupilas, en el azul de esos ojos que me miran.
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